Sobre “La Maestra Sol” de Ana Rosa Zamora Leyva.

I

La muerte es uno de los grandes temas de la humanidad. ¿Qué es la muerte? ¿La muerte es la frontera entre la existencia y la no existencia? Y si es así, ¿acaso no el conocer a la muerte es reconocer la vida?

La opera prima de Ana Rosa Zamora aborda el tema de la muerte, pero no a la manera de las películas de terror, sangrientas, con monstruos, sino de un caso real, de esos que casi a diario tenemos frente a nuestros ojo pero que sistemáticamente nos negamos a ver; en los que también hay sangre, sangre real y demonios, nuestros propios demonios. Hay una parte de la obra en la que la Solange, la Maestra Sol, dice: “Aquel, con todo su poder, su fuerza y su deseo, se había encaprichado conmigo, había tomado mi resistencia como un reto, tenía que ser suya, tenía que llevarme con él a como diera lugar, tenía todas las de ganar, no podía hacerle daño, era escurridizo y conocía mi bien todos los rincones donde podía esconderse….Aquél continuaba ahí, esperando, acechando, midiendo fuerzas contra todos, martirizándome cuando acercaba su grotesca cara a la mía con una sonrisa burlona, se reía de mí, de mis gritos pidiendo ayuda, de mi angustia y del terror que me causaba verlo, porque lo veía en todos lados, lo veía flotando en el techo junto a la lámpara, gritaba y lloraba aterrorizada cuando lo veía descender lentamente hasta quedar a escasos centímetros de mi cuerpo.”

El demonio, sin duda es la muerte misma. Sócrates decía que él tenía una voz interna que le hablaba y le daba consejos. Lo llamaba su Daemon: demonio. Esa voz que nos habla en los momentos más amenazantes de nuestra existencia es, quizás, como en el caso de Sócrates -y Solange- la muerte que nos habla, que nos observa y nos quiere llevar.

Escribir sobre la muerte es dar cuenta de la muerte, es morir un poco, es desdoblarse en dos vidas, una real, en nuestro cuerpo; y otra en ficción, en letras. Leer un texto sobre la muerte es esa misma situación de desdoblarse en dos, en una multitud, es prestar nuestro cuerpo para vivir y experimentar la vida de otro, sentir lo que sintió el otro, habitar al oro y ser habitados por el otro.

Conocer la muerte es reconocer la vida, otorgarle el justo valor de ser vivida plenamente y si usura. Esta obra es un reconocimiento a la vida digno de ser leído.

II

Otra cuestión que está muy marcada en el texto es la fe. En una parte la narradora dice: “Los muchachos se aferran a su fe. Si los médicos dicen que la Sol va a morir, allá ellos, nosotros no tenemos por qué creerles.”; en otra, uno de los hermanos de la Maestra Sol expresa: “Yo no la entrego, dice Ricardo, yo no voy a entregar a mi hermana. Sé que al final se va a hacer la voluntad de Dios y sé que yo voy a tener que aceptarla, pero quiero que Dios sepa que yo espero, y deseo con toda mi alma, que mi hermana se quede con nosotros, eso es por lo que voy a orar, eso es lo que quiero recibir.” Y en otra, el hermano cristiano Eduardo ora: “El sólo hecho de aceptar lo que tu decides señor, es una bendición, porque nos das paz mental y espiritual, abandonarnos a tus propósitos, ¡Padre Santo!, nos hace libres.” Pues bien, la indagación sobre la muerte conlleva a la fe. Porque es darse cuenta de que en la muerte no hay principio ni fin, sino sólo un juego de fuerzas de despliegue o repliegue, de fuerza e impotencia, de fe y de incredulidad. En ese juego de fuerzas la incredulidad se despliega; la fe por el contrario es repliegue, una vuelta a la raíz, al origen. La incredulidad duda de la muerte; la fe, no, sabe que lo que está del otro lado de la ventana, no es sino lo que en ella se refleja, es decir la vida, esta vida, no otra.

San Agustín, respecto a la fe menciona que “Mejor es creer lo que es verdadero, aunque todavía no lo veas, que pensar que ves lo verdadero cuando es falso. También la fe tiene sus ojos; por ellos ve en cierto modo que es verdadero lo que todavía no ve, y por ellos ve con certidumbre que todavía no ve lo que cree” (Cartas 120,2.8). Cuando nosotros decimos que la fe sabe que lo que está del otro lado de la ventana, y que es la vida misma, esta vida, no otra, intuimos -otra especie de fe- que no se puede llegar a esa verdad si no es mediante la experiencia de la muerte. La vida es un aparente absurdo, cada instante de nuestra vida también morimos.

III

Este libro es un cruce de realidades en varios sentidos. Por un lado, lo sabemos, la literatura es ficción, pero en este caso se trata de una hecho real; en otro sentido, en la estructura de la obra la autora utiliza dos tipos de narradores, lo que nos hace ver el mismo hecho desde dos ópticas diferentes; y por supuesto, la temática, el trance entre la vida y la muerte de de Solange, la protagonista, que la autora nos va presentando en diferentes momentos. Por razones notamos que el libro responde a las necesidades de la alguna literatura contemporánea.

Es necesario hacer notar que la lectura del libro nos mandó a dos referentes literarios muy importantes: Por un lado a La Odisea, de Homero, que como ustedes saben, trata del Viaje de Odisea o Ulises a su patria Itaca, de toda una serie de peripecias y obstáculos que tiene que sortear para lograr su objetivo. Pues bien, la lectura nos hizo ver que ese viaje de Ulises es el viaje de regreso de la muerte, pues recordemos que a Ulises lo daban por muerto; por otro lado, el otro referente, es el poema de Konstantinos Kavafis, Itaca, el cual quiero leerles antes de concluir esta presentación. El poema es este:

Ítaca

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca

debes rogar que el viaje sea largo,

lleno de peripecias, lleno de experiencias.

No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,

ni la cólera del airado Posidón.

Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta

si tu pensamiento es elevado, si una exquisita

emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.

Los lestrigones y los cíclopes

y el feroz Posidón no podrán encontrarte

si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,

si tu alma no los conjura ante ti.

Debes rogar que el viaje sea largo,

que sean muchos los días de verano;

que te vean arribar con gozo, alegremente,

a puertos que tú antes ignorabas.

Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,

y comprar unas bellas mercancías:

madreperlas, coral, ébano, y ámbar,

y perfumes placenteros de mil clases.

Acude a muchas ciudades del Egipto

para aprender, y aprender de quienes saben.

Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:

llegar allí, he aquí tu destino.

Mas no hagas con prisas tu camino;

mejor será que dure muchos años,

y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,

rico de cuanto habrás ganado en el camino.

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:

Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

Sin ellas, jamás habrías partido;

mas no tiene otra cosa que ofrecerte.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,

sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

Cada libro es un barco por el cual se realiza un viaje. Cada libro es un viaje tanto para el escritor como para el lector, y este sin duda lo es.

18 de marzo de 2011.