I
Seguido por su hermanita, un niño pateaba la tapa de plástico de una botella al lado de un campo de fut bol, imaginando que era un balón. Luego vió venir a unos de sus amigos y le dijo a la pequeña que cuidara de su "balón".
La pequeña tomó la tapita y se fue a sentar a una piedra a observar el juego de su hermano; movía a la tapita entre sus manos, volteó a verla y fue cuando se dio cuenta de que el objeto de plástico era de color ladrillo quemado por el sol y maltratado por su roce con la tierra . Levantó la tapita a la altura de sus ojo y la comenzó a observar, vió la rosca interior e imaginó su funcionamiento al tapar una botella imaginaria. Su abstracción era total. Imaginaba tapar y destapar, luego invertía la posición de la botella para comprobar que no dejara salir ni un chisguete de líquido también imaginario. De pronto la niña volvió en sí y miró atentamente a la tapita invertida, se acercó aun más el objeto rojizo a los ojos y entonces apareció frente a ella la forma de una maceta. Sin meditar en ello se puso a buscar unas pequeñas florecitas, le puso tierra y cortó pasto. Pasado un rato la pequeña ya tenía su maceta perfecta en miniatura.
La niña admiraba su macetita cuando su hermano, que ya había olvidado que le había encargado su "balón", le grito que ya se fueran. La pequeña se vió en una disyuntiva, si le regresaba la tapita a su hermano tendría que deshacer su macetita, pero le había quedado tan bien que sentía que no era justo destruirla, y entonces pensó en conservarla y la única manera que veía de concervarla era que, por un lado su hermano no le viera el objeto que en principio era de él, eso implicaba esconderla pero si la escondía entre sus ropas la maltrataría mucho, así que otra posibilidad fue dejarla ahí mismo, en ese inmenso campo, colocarla en alguna parte y que, cada que ella y su hermano vinieran a jugar, la iría a ver, a regar y cuidar de ella. Observó la amplitud del campo y se decidió, puesto que todas las macetas que recordaba estaban en las esquinas de las casas, colocarla en una de las esquinas del inmenso campo abandonado.
II
Son las siete de la mañana, el hombre despierta al lado de su mujer y le dice que le preparé el "lonche" porque ya es hora de irse a trabajar. Mientras la mujer se levanta, el hombre da algunas vueltas en la cama luego se estira y saca un pie de las cobijas; pasado unos minutos, saca el otro pie y se sienta a la orilla de la cama. Mueve su cabeza y estira hacia arriba sus brazos, da un largo bostezo y chasquea varias veces su lengua contra el paladar, respira profundo y ruidoso. En calzones se va al baño se moja la cara y el pelo, regresa al su cuarto, se pone sus pantalones color caqui, su camisa, su chamarra vieja, sus calcetas y sus botas maltratadas y llenas de tierra. La mujer le dice que está lista su comida. El hombre se va feliz a su trabajo, pues es sábado y solamente trabajará media jornada. Después de caminar unas cuadras el hombre llega a su trabajo, saluda a su compañero, acomoda los cables de la retroexcabadora, le pone combustible, la enciende y la deja calentando mientras se come un "burrito" de los que su mujer le ha puesto para lonchar. Unos minutos después, silbando la canción norteña de moda, el hombre extiende los montículos de tierra que ya desde hace un rato algunos camiones depositan.
III
Cada vez que, después de una larga noche de fiesta, amanezco crudo, siento una inmensa necesidad de desintoxicarme y me da por hacer ejercicio. Son las ocho y media de la mañana, me pongo mis pants, mis tenis y dos camisetas: una blanca por dentro para que absorba el sudor y la otra de algún color que combine con mi pants y el chaleco gris y amarillo. También me pongo una faja para que me haga sudar un poco más de la barriga, pues últimamente he notado que se me comienza a abultar y mis audífonos con música polifónica para satisfacer mi vicio auditivo. Mi rutina consiste en caminar un trayecto de dos kilometros para llegar a un campo de futbol y darle diez vueltas, cinco trotando y otras cinco a una velocidad rápida, luego hacer lagartijas y abdominales para finalmente terminar con una sesión relajante de tai chi.
Caminé mis dos kilometros sin contratiempo. Llegué al campo por la esquina noroeste, hice algunos ejercicios de estiramiento. Una pareja caminaba y alguien más corría alrededor del campo de fut bol. Después de mis ejercicios de estiramiento comencé a trotar. Di una vuelta al campo tratando de que mis pasos y mi respiración sincronizaran el ritmo de la música que escuchaba. Di la segunda vuelta y ya mi respiración, mis pasos y la música estaban en sincronía, además de que mi vista seguía las puntas de mis pies al tocar el suelo. Fue al concluir la segunda vuelta cuando, al pasar por donde había comenzado a trotar, vi que mi pié iba a caer encima de un tubo cubierto de pasto que sobresalía por encima del nivel del campo. Salté para no tropezar y comencé mi la tercera vuelta. En la esquina opuesta del campo dos trascabos se movían lentamente expandiendo la tierra que algunos camiones depositaban, imagino que planeaban la construcción de un segundo campo de futbol. Comencé la cuarta vuelta y otra vez me encontré con el pequeño obstáculo esta vez observé que el tubo, además del pasto tenía unas pequeñísimas flores moradas, cosa que se me hizo raro. Seguí trotando y comencé a recordar que algunas veces, en las cuarteaduras de concreto caen semillas de alguna plantita y comienza a germinar. Seguramente eso fue lo que sucedió con esas flores que estaban en el tubo, aunque no recordaba haber visto flores de ese color. Di la cuarta vuelta y me fui directo hasta el tubo, detuve el paso y vi que las flores y el pasto estaban acomodados. Di la quinta vuelta y otra vez fui directo a donde estaban las flores y el pastito acomodados, tomé al tubo entre mis dedos y para no parar mi rutina di unos paso mientras rápidamente observaba que no era un tubo, sino una tapa de algún envase de plástico a la que alguien la había transformado en pequeña maceta. Sentí que estaba profanando el trabajo de alguien así que regresé a la pequeña y hermosa maceta a su lugar.
Comencé la parte veloz de mi rutina, y a cada vuelta, al mirar aquella macetita imaginaba que manos la habían creado, pensaba varias posibilidades, desde un futbolista sensible, la novia de algún jugador hasta una pequeña niña que, enfadada de ver como su hermano y sus amigos corrían sin sentido detrás de un balón, la había creado de la nada. Me decidí por la última posibilidad. Cuando iba en la vuelta número nueve, vi como a mi lado pasaba un trascabo con su ritmo lento y pesado conducido por un hombre con bigotes de morza y ojos verdosos que silbaba una tonada anorteñada de esas que pasan en las estaciones de radio más potentes. Seguí corriendo pues era ya mi última vuelta cuando recordé que el tractor se dirigía directamente a donde se encontraba la pequeña macetita… voltee la vista, vi como el tractor daba como pequeños saltitos al pasar por el sitio. Decidí no concluir mi vuelta y regresar a casa.